Había una
princesa...que debía casarse pronto. La princesa tenía muchos
pretendientes en toda la ciudad y no sabía por cuál decidirse. El
rey propuso una prueba: todo aquel que quisiera la mano de su hija,
debía permanecer al menos 365 días en la muralla del castillo, sin
retirarse bajo ningún concepto. Y así lo hicieron, aquel uno de
enero, cientos de caballeros y campesinos poblaron la muralla. Como
hacía frío, nevaba, llovía, etc, durante el invierno, decenas de
ellos abandonaron la batalla. En primavera otros tantos. En verano
con el calor, el sol, deshidratación, muchos fueron
abandonando...Hasta que a las navidades siguientes, sólo quedó uno
de ellos. Uno que la princesa ya había visto desde hacía tiempo, de
hecho desde siempre, y siempre tuvo sus esperanzas puestas en él, o
eso decía, esperaba que pasase la prueba de su padre para poder
contraer matrimonio, uno al que la princesa iba a visitar de vez en
cuando y le acercaba comida y agua. El día 31 por la noche, el rey y
la princesa se acercaron al muchacho para darle la enhorabuena, sólo
debía esta rallí una noche más, con el frío de la navidad, y el 1
de enero se casaría con su hija, tal y como tanto deseaba.
Esa noche el
chaval recogió sus cosas y se fue a casa abatido. Al llegar, su
madre asombrada le preguntó qué hacía allí, había aguantado 364
noches ¿y no podía esperar una más?
El muchacho
contestó: "madre, sabes que siempre quise a la princesa, y sé
yo que ella dijo quererme alguna vez...pero alguien que realmente me
quiere, me hubiera perdonado una noche de sufrimiento"...